Arriba, en lo alto del precipicio, la silueta de un
hombre dimensionaba las manifestaciones pétreas de la evolución.
Más allá todavía, un cielo azul-celeste límpido, donde
brillaba el sol.
Abajo, un cauce sinuoso cubierto de arenas oscuras,
otrora rocas de lava perdidas en el fantasmal desierto, transportando un hilo
de aguas claras provenientes del deshielo.
De vez en cuando, un árbol flacucho clamaba por lluvia
y más allá las variantes de cactus agradecidas con nuestra estrella vital.
Desde el valle angosto sobreviviente a las paredes del
cañón que llevaba el nombre del río, el encargado de plasmar el contexto
natural en su lienzo, no dejaba de contemplar el paisaje. Todas las tardes se
apostaba en el lugar elegido y observaba agudizando su vista, el borde superior de
la mole de roca. Tenía paciencia y convicción no obstante que, a su edad, ya
podría haber perdido tales virtudes.
Sobre su cabeza, un sombrero viejo de
paja, a su frente, un caballete gastado de tiempo sosteniendo el lienzo
arrugado y, en su mano, un pincel de cerdas secas.
Todos los días esperaba lo mismo: que aquel hombre en
la cima de la montaña tomara la decisión y por fin volara.
2015
Muy bueno,abrazo buen finde.
ResponderEliminarGracias Fiaris. Abrazos
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