Jesusa
barría la acera ágilmente y con rapidez, ahuyentando las hojas mustias del
otoño. Un sonido chirriante se fue aproximando hasta ella. Del viejo automóvil,
bajó una escuálida y decidida mujer joven, quien, amenazante, le clavó los
ojos. La envidia trasuntaba su mirada. Era Lila. Desde niñas había existido
una barrera infranqueable entre ellas.
Lila siempre soñó con ser la preferida del escritor moribundo. Cuando éste cayó
enfermo, hubo que designar a alguien que le acompañase en su última enfermedad.
Todas las opiniones familiares recayeron en Jesusa. Nadie pensó en Lila. Ese
pesar por lo ajeno, ese deseo de algo que no se posee, la caracterizaba. Nunca
le perdonaría a Jesusa, que cuidara de su abuelo.
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